Hablan las víctimas a través de sus relatos, donde se da a conocer cómo el sindicado director de la Iglesia Centro Cristiano de Alabanza El Shaddai, en Bogotá, Colombia por mas de 25 años en el ejercicio de su pastorado ha cometido las mismas acciones. Desde marzo de 2019 se presentó la primer denuncia y ya reposan más de 10 casos en la Fiscalía General de la Nación. Muchas más víctimas están denunciando por redes sociales, donde narran los abusos y violencia sexual a los que fueron sometidas. Aquí las estamos publicando porque solo romper el silencio nos llevará del silencio a la vida.
La identidad de las denunciantes ha sido protegida y se publica con el consentimiento y previa autorización.

Evelyn, 43 años. Sobreviviente de Violencia sexual en contexto de fe.

 

“Amor, aceptación y perdón”, tres palabras que sonaron fuerte en mi corazón como una respuesta a mi triste y trajinada vida; así la veía yo a mis 17 años, durante los cuales ya había pasado por abuso sexual, maltrato y una vida con muchas necesidades económicas, emocionales, sociales, pero sobre todo espirituales.

Ver en la pared de la secta Centro Cristiano de Alabanza “El Shaddai” esas tres palabras por primera vez, me dieron un hilo de esperanza de salir adelante en medio de una familia disfuncional, pues a pesar de tanto sufrimiento pasado, siempre creí y tuve fe en Dios, siempre creí que Dios me amaba tal y como yo soy, así que allí fortalecería mi fe.

Fueron unas bonitas tres semanas mientras duró la preparación de la obra de teatro organizada por un grupo de actores famosos del momento que guiaban una producción para una campaña de evangelismo, hasta cuando “el pastor” y líder de la secta, José Francisco Jamocó Ángel, empezó a abordarme en varias ocasiones a solas, diciéndome que él me había visto y que Dios le revelaba que yo necesitaba una “ministración” de su parte.

Para mí fue un momento de expectativa en el que pensé que por fin iba a encontrar un apoyo espiritual que disipara tanto sufrimiento vivido y que, al mismo tiempo, las cosas iban a cambiar, pues era el “ministro”, el “pastor”, era el mismo líder espiritual quien me había invitado y tomado en cuenta, así que podría comprobar por él mismo ese slogan que llegó a mi corazón con tanta fuerza.

¿AMOR? ¿Es amor estar en una oficina privada a puerta cerrada con llave y escuchar pedir de parte de mi líder espiritual que le diera detalles de los abusos de los que fui víctima de niña? ¿Y que yo en mi posición de dolor y vergüenza, no quisiera ir más allá de comentarios generales, ante lo cual él cita la palabra de Dios en donde dice “y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” para que yo sacara de mis recuerdos detalles de esos abusos? ¿Es amor que mi “pastor” me pregunte insistentemente que si mis abusadores me tocaban los genitales, si me besaban, si me tocaban los senos, si me hacían sexo oral, que si me pedían que yo les hiciera o que si le hice a alguno de ellos sexo oral y que si me habían penetrado ya fuera por la vagina o por el ano?

Yo me sentí completamente atónita ante sus preguntas porque esos temas yo jamás los había tocado con nadie, me sentí muy avergonzada, así que le conté que en todos los abusos vividos no llegaron a quitarme la virginidad; él enseguida, me tomó de las manos y le agradeció a Dios.

Vuelvo a preguntarme: ¿AMOR? ¿Qué tipo de amor profesaba este monstruo cuando después de hacerme esas preguntas, empezó a contarme sus experiencias sexuales a manera de supuesta “confidencia”, diciéndome cosas como que él con su esposa no era feliz, que con ella pasaban incluso meses en los que no tenían relaciones sexuales, que ella era una campesina que había rescatado del campo, que era una inútil y que ni siquiera le servía en la cama, que a su oficina siempre le llegaban mujeres que se le desnudaban y que le pedían que les hiciera el amor, que incluso una vez fueron dos mujeres a la vez, y que una de ellas que era virgen, le había pedido que le hiciera sexo anal para que sus padres no se dieran cuenta de que ya no era virgen al igual que quien fuera a ser su esposo?

El único amor que este monstruo profesa es el amor narcisista y egocéntrico por sí mismo, es el amor a sus perversiones, a sus fantasías sexuales depravadas y a tener el poder de manipulación de la palabra de Dios a su antojo. Cuando el que era mi pastor me contó sus experiencias, justo luego de que agradeciera a Dios tomándome de las manos por ser yo virgen, me asusté mucho, se me hizo un nudo en la garganta, pues no podía entender que mi líder espiritual estuviera hablándome de esas cosas y presentándome alternativas sexuales que yo ni siquiera sabía que existían.

¿AMOR? ¿Es amor de un pastor verdadero, tomar la Biblia para enseñarme el pasaje que habla del ósculo santo para tomarlo como que era algo natural besarme en la boca cada vez que me veía en frente de mi familia y de cualquier persona de la iglesia, naturalizando el abuso sexual? ¿Es amor de un pastor verdadero, salir de su oficina tomando de la cintura a otra niña y besarla en frente mío diciendo: “ves?, “es que ella sí me quiere”, demostrando su intención morbosa de crear dizque “celos” entre nosotras?

Ahora analizo la ACEPTACIÓN: ¿Es aceptación el ser humillada, vituperada, ofendida y maltratada incluso desde el púlpito de boca de mi “pastor” cuando al huir de su presencia por el temor que me producía, él buscaba la manera de evitar que cualquier muchacho se me acercara y también se reunía con mis padres para decirles que yo me acostaba con mi novio a escondidas siendo esto una forma de engañarlos? ¿Es aceptación de mi ser como persona y como mujer el ser objeto de sus señalamientos públicos sobre mí, con comentarios como que yo era una fácil, que yo me vestía provocativamente, que iba a su oficina, me le desnudaba y lo seducía? ¿es aceptación comentar con otros mientras me miraba: “yo no sé qué le ven a esa, si es bien fea”, proferir maldiciones en contra mío y de mi familia haciendo uso de la enfermedad crónica de mi padre para jactarse de que él lo había maldecido con un terrible cáncer y que por eso se había enfermado y había muerto?

¿ACEPTACIÓN? ¿Sería que más bien tenía que ser yo la que ejerciera el valor de la aceptación? ¿Tenía que ser yo la que aceptara a un viejo gordo, feo, de manos grandes y ásperas, que infundaba miedo, que tenía siempre una mirada morbosa y cavilando cosas obscenas y enfermas en su cabeza? ¿Teníamos que ser todas las niñas de la alabanza, danza y teatro sus objetos de abusos y sentirnos bien porque estábamos siendo ministradas por el “ungido de Jehová”? porque si alguna de nosotras mostraba resistencia o inconformidad, ya éramos tildadas y señaladas, y yo era una relegada, entonces, él me sentaba para no ministrar en la alabanza y me ponía en disciplina hasta que comprendiera y me alineara de nuevo a su sistema para sentirme “aceptada”.

¿ACEPTACIÓN? ¿Es un proceso verdaderamente guiado por Dios en el que sistemáticamente a través de los años se pierde la autoestima, la identidad como mujer y se altera toda la conciencia y la fe en Dios? ¿Es aceptación cuando mi líder espiritual insiste en que abra mi corazón para ser “ministrado” insistiéndome en que Dios le revelaba que había algo más que yo no le había contado de mi vida íntima y que debía decirle la verdad porque él de todos modos iba a saberlo, ante lo cual, para aliviar su insistencia, esculqué en mis recuerdos y evoqué un episodio en el que un hombre joven me acosó por detrás estando en un bus pero que yo no había podido hacer ni decir nada… y que cuando yo le conté eso, fue mi total condena? pues hasta la fecha, este “pastor” utiliza esa historia de manera tergiversada y le dice a los que me conocen y aun a los que ni me conocen, que yo era una mujer pervertida que me gustaba subirme a los buses repletos y pasar por en medio de todos los hombres para masturbarlos.

Veamos ahora el PERDÓN: ¿Tenía que ser yo quien debía suplicar el perdón de Dios, de mi familia y de las demás personas de la iglesia, cuando fui yo la víctima de un monstruo desalmado? Pues siempre, el “pastor” Francisco Jamocó después de que en la privacidad de su oficina me cogiera de las nalgas contra él, me tocara los senos, me besara con lengua y se restregara contra mí estando su pene erecto, me decía que él tenía que hacer tantas veces esto de ministrar su “unción”, que él era capaz de soportar cualquier tentación y que no le producía nada en su cuerpo, que no le producía ninguna excitación ni nada, pero que al querer comprobar su resistencia a la tentación conmigo, no había podido frente a mi belleza e inocencia y que por eso, todo lo que había pasado era un secreto?

¿PERDÓN? ¿Tenía que ser yo quien suplicara perdón por sentirme tan culpable por pensar mal del “ungido de Jehová” cada vez que era abusivo conmigo y yo no podía dormir preguntándole a Dios si lo que su enviado del cielo hacía conmigo estaba bien y era aceptado por Dios? ¿Tenía que ser yo la que suplique perdón de Dios por sentir una profunda angustia y necesidad de huir de esa secta cuando después de 4 años de matrimonio, quedé embarazada y en la ecografía supe que era una niña y me aterroricé de pensar que este monstruo pusiera si quiera sus ojos sobre mi hija, y que yo no lo iba a permitir jamás?

¿Habrá perdón por parte de Dios para un monstruo despreciable que no ha escatimado cometer sus delitos de violencia, abuso sexual y tortura psicológica por tantos años, que alardea de sus fechorías, que manipula con sus maldiciones y vituperios, con su poder político y económico y que toma el nombre del propio Dios para justificar su conducta?

Estas tres palabras: Amor, Aceptación y Perdón, que constituyen valores y emociones tan puras, se convirtieron para mí en dagas en mi corazón, en mi espíritu y en mi mente durante 10 largos años en los que mi única motivación era la búsqueda de Dios, de un consuelo, de crecer espiritualmente. Todo esto que hizo el “pastor” Francisco Jamocó en su secta, dejó secuelas en las que me alejé de Dios, me peleé con mi familia y hasta terminé divorciándome, además llevo más de 10 años viviendo fuera del país, pues me fui huyendo de todo esto.

Él siempre habló con la Biblia en su mano, profiriendo de su boca y haciendo mención de Dios, de Jesucristo y del Espíritu Santo en sus “núcleos cercanos” y también desde el púlpito sobre mujeres que ya no estaban en la iglesia, sobre mujeres que iban a su oficina a desnudarse y a pedirle que tuvieran relaciones sexuales con él, sobre mujeres que lo llamaban, lo seducían, lo acosaban, siempre se refirió de manera muy despectiva y ofensiva sobre las mujeres en general. Tomaba partes de la Biblia para degradar a las mujeres, hablaba así de su misma esposa y de niñas que pertenecieron a la alabanza, danza y teatro.

Salirme de esa secta se convirtió en mi propósito pensando en la ilusión de que cuando me fuera de allí, iba a librarme de su patrón de tortura, pero no fue así, los vituperios, maldiciones y obscenidades no paran, cuando uno sale de allá, es el momento perfecto para que el pastor empiece con los escarnios y continúe haciéndolo libremente a través de los años, pues en el púlpito ejerce su poder y piensa que nadie, nunca lo va a parar. Conozco de personas que aún hoy en día, año 2020, escuchan de la boca del “pastor”, la historia de los hombres que supuestamente masturbé y masturbo en los buses y que fui otra de las que se le desnudaba en su oficina. ¡Este monstruo no tiene límites!

Lo único que yo podré decir es que luego de haber logrado entender la verdad de tantos delitos que este monstruo cometió conmigo durante tantos años, y después de descubrir que son muchas las niñas y mujeres que vivieron lo mismo que yo, no puedo quedarme callada y por eso lo denuncié. No me importa que hayan pasado 26 años del primer suceso, no es justo que un misógino abusador sistemático, como José Francisco Jamocó Ángel, quien busca perfiles de niñas y mujeres vulnerables para cometer sus delitos y manipularlas a ellas y a sus familias con el dinero que obtiene de la iglesia, con el poder político, de su posición como líder espiritual y tergiversando la Biblia a su favor, quede en la impunidad y continúe libremente violentando y abusando. ¡No más silencio!